La película de plástico transparente utilizada para separar restos de comida en la nevera o envolver los bocadillos es muy útil y cómoda, pero casi imposible de reciclar. Además, desprende dioxinas, una sustancia tóxica que se acumula en la cadena alimentaria.
A principios de la década de 1930 un estudiante de química de los laboratorios Low Chemical de Michigan (Estados Unidos) descubrió por casualidad un producto que acabaría formando parte de la vida cotidiana de millones de personas: el cloruro de polivinilideno (PVDC). Mientras lavaba los recipientes del laboratorio, dio con un vial cuyo fondo parecía cubierto de una sustancia que no podía desprenderse. Los investigadores decidieron convertirlo en una película viscosa de color verde oscuro, al que bautizaron con el nombre de ‘Eonite’.
Después de procesarlo adecuadamente consiguieron desprenderle el olor desagradable y lo convirtieron en un plástico transparente que en la década de 1950 se comercializó con el nombre de “Saran wrap”, un producto ideado para envolver el sándwich que acabó por convertirse en un utensilio indispensable para millones de consumidores en todo el mundo.
El problema es que que esta película de plástico, utilizada también en revestimientos contra la humedad y el calor, es prácticamente imposible de reciclar, incluso más que su primo hermano, el PVC (policloruro de vinilo), pues contiene láminas tan finas que son extremadamente difíciles de separar. Además, sin un equipo de reciclaje especializado, acaban atascando la maquinaria.
Difícil de reciclar
Que sea tan difícil de reciclar se traduce en un aumento de su carácter contaminante. Los restos de plástico acaban descomponiéndose, alimentando la ingente cantidad de microplásticos que amenaza la salud de los ecosistemas marinos. Aemás, cuando se incineran o cuando se acumulan en vertederos pueden liberar dioxinas, unos compuestos químicos tóxicos que perduran en el medio ambiente y pueden acabar en la cadena alimentaria. Según la OMS, “las mayores concentraciones de estos componentes se registran en algunos suelos, sedimentos y alimentos, especialmente los productos lácteos, carnes, pescados y mariscos”. Su vida en el organismos después de ingerirlos oscila, según la organización sanitaria, entre los 7 y 11 años.
La dificultad para deshacernos de estos plásticos tan utilizados en nuestro día a día nos obliga a buscar algún sustituto a la hora de envolver el bocadillo o separar los alimentos frescos del frigorífico, aunque la solución podríamos encontrarla buscando en nuestra memoria: ¿cómo lo hacíamos cuando no existía el film transparente?
Una solución fácil sería, en efecto, usar envases reutilizables. Otra opción pasaría por volver a usar los mismos materiales con los que nos las arreglábamos antes de la aparición del plástico, como, por ejemplo, el papel. En el pasado se usaba papel de periódico o de estraza para tapar, envolver o transportar alimentos frescos; si el contenido era aceitoso o viscoso, se preparaba un cucurucho en el que se vertía el contenido, una solución que también servía, por ejemplo, para comprar alimentos a granel. Finalmente, podríamos volver a utilizar el papel de cera, una alternativa natural, compostable y ecológica que muchas empresas han reinventado con nuevos productos que permiten envolver con facilidad nuestros alimentos sin perjudicar nuestra salud ni la del planeta.
Fuente: https://www.nationalgeographic.com.es/ciencia/film-transparente-es-tan-practico-como-contaminante_14549
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