A pesar de que el etiquetado de los productos contiene por ley toda la información que necesitamos saber sobre ellos, la mayoría de la población no sabe descifrar correctamente las etiquetas

Sería un error, sin embargo, considerar que la responsabilidad es del consumidor, ya que, por ejemplo, en el caso del azúcar «a menudo aparece en las etiquetas camuflado bajo otros términos, como dextrosa o sacarosa, conceptos que pueden desorientar a un consumidor incapaz de entender unas etiquetas que la propia industria se encarga de hacer ininteligibles», señala Antonio Rodríguez, autor de El libro de Sinazucar.org.
 
¿Algunos ejemplos? La pechuga de pavo, que si leemos la etiqueta en muchos casos es fiambre de pechuga de pavo, que contiene muchas veces tan solo entre un 45 y un 55% de pavo, además de fécula de patata y otros ingredientes poco saludables. O lo que parece queso rallado, cuya etiqueta establece en muchas ocasiones que lo que nosotros consideramos queso es en realidad un preparado lácteo o un sucedáneo”. Otro dato fundamental que obtenemos a través de la etiqueta es el contenido en sal, que aparecerá en los valores nutricionales y, por último, “la lista de ingredientes, que se ponen siempre en orden decreciente. Si, por ejemplo, el primer ingrediente es el azúcar, sabremos enseguida que nos encontramos ante un producto que no es saludable”.

Estos son los ingredientes que debemos desterrar de la dieta

Los acabados en ‘osa’

Glucosa, dextrosa, sacarosa, lactosa… Todos ellos son monosacáridos o disacáridos añadidos, es decir una manera de denominar a los azúcares libres. Según el estudio científico ANIBES, elaborado por la Fundación Española de Nutrición, el consumo medio de azúcar diario en España se sitúa en 71,5 gramos, una cifra que prácticamente triplica las recomendaciones de la OMS (que sitúa el límite en 25 g para una persona sana).
 
El problema de este abuso de azúcar radica, además de en su prejuicio para la salud, en que “estamos acostumbrando al paladar desde la infancia a sabores excesivamente dulces”, señala Rodríguez, quien, sin embargo, considera que es posible iniciar un proceso de reeducación “reduciendo paulatinamente el consumo de azúcar, lo que empieza por evitar los alimentos que contienen grandes cantidades en su composición”.
 

Aceite de girasol y aceite de girasol alto oleico

De nuevo un ingrediente engañoso, que pese a que muchas personas asocien con un producto saludable no deja de ser un aceite refinado, que aunque tal vez tenga una proporción mejor de ácidos grasos que otros como el de palma, nunca tendrá las propiedades de un buen aceite de oliva o de cualquier otro aceite virgen. Si en la etiqueta no pone que es aceite virgen entonces es que no lo va a ser y por tanto no deberíamos consumirlo.
 

Manteca

Es una grasa saturada de mala calidad, que se emplea en numerosos productos, especialmente en la bollería industrial. Hay que tener en cuenta, sin embargo, que no deberíamos meter en el mismo saco todas las grasas saturadas.
 

Jarabes y siropes

De agave, de maíz, de arce… También tienen cierta buena fama injustificada, ya que todos ellos contienen en realidad azúcares libres, solo que su origen es distinto.
 

Zumos concentrados

Otra manera de añadir azúcar a los alimentos es mediante el uso de zumos concentrados, que se utilizan para endulzar y edulcorar los alimentos, y que la población compra como saludables cuando en realidad no son fruta, que es lo realmente recomendable, sino concentrados con azúcares libres.
 
Según el sistema de clasificación NOVA, un ultraprocesado es aquel producto que lleva una gran cantidad de ingredientes y que además está tratando de imitar las características de otros alimentos que sí son saludables.
 
Entre esta tipología de productos encontramos, además, helados, chocolates, gominolas, cremas de chocolate, cereales de desayuno, panecillos tostados, palitos de pescado, barritas energéticas, postres lácteos, fiambres de carne, snacks salados o pizzas.
 
 

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